“Oh, Dios, que en tu infinita misericordia
nos regalas ejemplos de fidelidad,
y nos permites ver que ‘tu luz nos hace ver la luz’,
acércanos la paz que ahora nos falta,
ayúdanos a darte gracias siempre,
a comprender que somos para ti,
que Tú estableces fechas y lugares,
ayúdanos a ser íntegros, vivos
reflejos del amor que nos profesas.
Acoge, Oh Dios, al padre Jacques Hamel
y que su sangre riegue nuestras vidas.
Él fue la coherencia en el amor.
Gracias, Señor, si miro tus heridas,
si pienso, acaso, en el ‘¿por qué me pegas?’,
comprendo entonces dos Corintios doce:
‘Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte’.
Es todo, mi Señor. Gracias. Perdón.”
Final:
He tratado de reflexionar sobre el horror: ¿acaso se puede racionalizar el mal?
He revisado mis notas sobre las conversaciones mantenidas con el Patriarca Gregorio III, de la Iglesia Melquita de Siria (recuerdo que, cuando le conocí, me dije que “san Pablo debió de ser así”), con el último obispo de Mosul, Msr. Emel Nona, con los obispos Coutts, Ashad y Shukardin en Pakistán. Nada. Son reuniones y datos de 2015. Ayer. Denominador común: que analicemos en Europa qué hemos hecho [mal] durante las últimas décadas… y que teníamos ya encima lo que estamos padeciendo. Aunque no se trate de nada diferente a lo que ellos llevan viviendo desde hace mucho. ¿Acaso los muertos en Oriente son menos muertos que en Occidente? Parece que sí.